El cielo me dio la edad de las mariposas,
cuando jugaba a bordar alas en la acera
de mi inocencia.
El dolor me dio la edad de las despedidas,
cuando entendí que decir adios es tan necesario
como el mejor de los abrazos.
La vida me dio la edad de seguir,
cuando enumero triunfos y derrotas,
con la misma boca que aprendió a besar la muerte.
viernes, 12 de marzo de 2010
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